#04 / ¡Superado el 66%!

Está claro que el proyecto ha adoptado velocidad de crucero y no hay quien la detenga. ¡Gracias a todos!

¡Prometo entrada especial en cuanto lleguemos al objetivo marcado: los 1500€!

Así que no nos durmamos en los laureles. Hay que continuar difundiendo la campaña. Mucho de ese trabajo os lo tengo que agradecer a vosotros. ¡Seguid así!

Y ahora, la continuación del capítulo 1. ¡Disfrutadlo!

Mara se permitió una sonrisa mientras caminaba hacia el espaciopuerto a paso vivo. A pesar de todas sus extrañezas y su asqueroso aspecto, Monker nunca la había engañado. No tenía más que volver al hangar, transferir el dinero y esperar cómodamente algunas horas para recibir la mercancía. ¿Y quién quiere pasarse tres cuartos de siglo deslomándose cuando tienes créditos al alcance de la mano? ¿Que hay que ser listo y coger la vida por los cojones? Tú eres lista, Mara. Tú has agarrado los cojones de la vida como un mono anfetamínico. Joder que sí. Has escogido la vida perfecta, tía. Unos años de contrabando, apostar tu culo, ahí como las reinas piratas de los holodramas, y montones de créditos, y buena vida, y luego un jodido tratamiento Heinlein-Yamamoto. Tendrás pasta para pagártelo, oh, sí. Llegarás a los noventa más lozana que un puto melocotón y luego más años de buena vida, joder. Sí.

—¡Alto!

La voz había venido de detrás suyo. Apostaba su princesa, su preciosa Cristal Ígneo contra una moneda de decicrédito a que eran agentes de las FS. Una patrulla. Mierda. ¿Ves, chica? Coño, no podía ser tan fácil. Tú aguanta, tía. Si te llevas la mano al desintegrador, adiós. Eres una escoria minera e importas menos que una cucaracha. Lo hemos ensayado al menos cien veces. Date la vuelta despacito...

Tres agentes de las FS con su uniforme descolorido, con la armadura parcial luciendo rayones y alguna abolladura y con las cinchas mal ajustadas. Matones con placa y permiso para apalizar. Graduados con honores en arrogancia, quizá una diplomatura en violencia gratuita y doctorado en humillar, violar y lesionar con objetos de uso cotidiano.

—Vaya, vaya… ¿Escaqueándote del trabajo, bichito? —preguntó la voz.

Parecía la voz de un anuncio de esteroides para titanes. Su dueño tenía la piel oscura y la cara cubierta de cicatrices. En el lado izquierdo del pectoral una plaquita de metal rezaba “Tn1D A.Riva”. Joder, y encima con sonrisita y el casco bajo el brazo como un vulgar pandillero de colmena.

—¿Es que no me oyes, minera?

Había colado. Eres una minera, tía. Tú tranquila.

—¿No contestas?

—Yo… ehh, mi turno terminó hace un par de horas, señor, agente, capitán. Señor —contestó. Agachó la cabeza y se limpió las manos en el peto. Vale, sigue pensando así. Fija la vista en el spa de Aquaria, tía.

—¿Ah, sí? —su mira se endureció un par de grados. La sonrisa ni siquiera tembló.

Tres agentes de seguridad confiados y una contrabandista que no desenfundaba nada mal. Las cosas pintan negras no, lo siguiente. Quizá pudiera tumbar a uno o a dos, pero el tercero se encargaría de ella en un visto y no visto. Miró a su alrededor. Vale, una callejuela estrecha. Vale, sin escombros y sin basuras. Joder, ni cadáveres de perro. Mierda, tía, para un día que los de las FS deciden trabajar, vas tú y sigues la ruta del camión de la limpieza. Olvídate del tiroteo pero ya.

—Vaya, pues yo creo que la sirena del turno 3 todavía no ha sonado —respondió el hombretón. Hizo un gesto y uno de sus acompañantes se acercó al momento—. Schmitt...

La aludida llevaba puesta una mueca desagradable de anticipación bajo el visor levantado del casco. Cogió de un brazo a Mara y se lo retorció detrás de la espalda. La contrabandista emitió un jadeo medio ahogado. Jodermamona. Eres buena. Deja de respirar en mi nuca. O lávate la boca antes, coño. Vas trompa, ¿eh? Y con hierbaverde en vena, fijo.

—Teniente, huele a limpia —se llama jabón, ¿sabes, madero?—. Ésta no es una de esos asquerosos mineros.

—¿No? Bueeeeno, entonces seguro que tendrá a mano su pase oficial…

—Ehh… lo dejé… ¡aay! en mi nave —jadeó la contrabandista.

—Claro, claro, por supuesto. En la nave.

—No tengo más que... —joder, cómo aprietas— que ir, imprimir el doc y mostrarles el sello de la Confederación en UV sobre papel reactivo...

—Sí, ya, por supuesto. Y firmado por el comisionado del sector con tinta dorada —se sonrió el oficial, distendiendo los labios aún más. Un gato frente a un cuenco de nata no se habría mostrado más satisfecho—. Bueno, bueno, bueno. Ahhh, pues fíjate que vas a tener suerte hoy y todo, bichito: expreso a la central para una entrevista en exclusiva.

—¡Y pago al contado! —rió la tal Schmitt, apretando un poco más. El tercer guardia coreó la carcajada—. Aquí el teniente es un hacha contando los golpes.

No importaba que el cuartel de las FS estuviese en mitad de la exclusiva Centro Olympus bajo el cielo marciano o en una de las colmenas humanas del mundo colonial Ceti-1, en Tau Ceti. Uno no salía de allí. O al menos no salía igual que entraba, y eso era casi peor. Aquaria, Aquaria, tía. Aquaria. Sigue pensando en el spa y en una estupenda botella de Beloj Stepi, suave y con ese toque de arándano. Son tres. Sontres y te tienen sujeta y llevan neurobastones colgando del puto cinto. Joderquéputasuerte. Ni neojutsu ni pollas en vinagre. Vamos a ver, esta escoria se gana la vida gracias a la extorsión, ¿no?

—¡Negocios! —gimió por fin Mara. Hostias, que me vas a sacar el puto hombro, jodida bruta—. Estoy aquí por negocios. Tú ya me entiendes…

Ahora sí que debía de estar hablando el mismo idioma. Con el rostro radiante y relajado, el teniente cruzó los brazos en actitud tranquila.

—Interesante —dijo con sencillez. Y ordenó a su otro subalterno—: Skids, registra a nuestro bichito por si lleva encima alguna sorpresita.

—De inmediato, mi teniente.

El agente se acercó a la joven, incapaz de moverse gracias a la presa de su compañera. Apartó la tela de la vieja capa y tanteó el cuerpo con las manos. Hacía falta muy buena luz para calificar a Mara de mujer bonita de ver. Joder que te estás tomando tu tiempo, ¿eh, Skids? Sí, efectivamente, la cartuchera del otro lado de la cadera, palurdo de ocho patas. ¿Hace cuanto que no tocas teta, por Theos? Ni pagando en acciones de la Compañía Federal te lo harían las putas más desesperadas. Mierda de tío. Ah, ¿te gusta eso? ¡Sorpresa! Se llama bíceps, chavalote, y si no fuera por tu amiga, que parece que de sobar gratis también sabe un rato, impulsaría mi puño hacia tus piños a tanta velocidad que te ibas a ver el culo desde dentro, coño ya. ¿Ya te has quedado a gusto? Guiña otra vez el ojo, cerdo, y acaba de aperitivo para las ratas.

—Parece que lleva un Suuv-9, mi teniente —anunció al final, extrayendo el arma de su funda. Le siguieron los dos disipadores de recambio y el bloque de munición.

—Suuv-12, imbécil —susurró Mara. Se ganó un nuevo retorcimiento de brazo.

—Una pequeña pero letal arma corta… —declaró el teniente tras coger el arma y observarla con leve atención, meditando durante unos instantes—. Fácil de esconder, fácil de desenfundar. Y, sin licencia, tan ilegal en el espacio de la Confederación como el gas nervioso… Estás apañada, bichito.

Mara soportó la mirada que le dirigió el teniente. ¿Quieres bailar? Creo que ya he tocado la tonadilla que quieres oír, ¿verdad? Clink-clink. Un montón de créditos a tus pies.

—Vale, teniente —asintió Mara. Incluso se permitió una leve sonrisa a pesar de que el dolor del brazo ya le estaba bajando por la espalda—. Podemos hablar de comisiones de servicio y... y tasas, coño, arancelarias. ¿Tranquilamente en el cuartel? Son negocios... joder, que no aprietes tanto... negocios importantes.

—Estoy seguro de ello, bichito —respondió el otro, colgándose el desintegrador de Mara del cinturón reglamentario de su propio uniforme—. Schmitt, engrilleta de una vez a la sospechosa —ordenó a la que la retenía por el brazo—. Volvemos a la central para... hmm, para una revisión de sus credenciales.

—Sí, mi teniente —obedeció la aludida. Chac-chac. Un movimiento brusco, tía, y la sacudida eléctrica de las esposas va a ser de campeonato. No importa. Tú espera y sigue con el juego.

Inmediatamente se pusieron en camino. Salieron a una de las calles principales. Se diferenciaban de las demás porque eran más anchas y tenían menos desperdicios tapizando el suelo. Varios aerobuses iban y venían llevando obreros entre los bloques de viviendas y las minas, dejando tras de sí el revoloteo de plásticos y otros restos. Las sirenas de cambio de turno empezaron a sonar en aquel preciso momento. Fue lo único que logró ahogar el chaparrón constante de las holopantallas gubernamentales. Oh, sí, mi teniente, jajajá y todo eso. Quizás para estos descalificados en la carrera por el graduado de primaria seas un zorro. Imbécil. Tíatíatía, si se pavonean más van a acabar dislocándose las caderas.

El aire de la calle se había tornado irrespirable. El trasiego de aerobuses, transportes de mineral y otros vehículos enlodaba más todavía la atmósfera. Junto con las partículas en suspensión habituales formaban una mezcla irritante. Si es que una no piensa en el lujo de las pilas de microfusión hasta que deja de tenerlas. ¡Eh! ¿Eso era un Paker-IV? Motores de conversión iónica, por todos los demonios, tienen esas antiguallas con conversión iónica en servicio aquí. Jodidapolítica de reutilización de la Compañía.

Tras unos veinte minutos de deambular con calma, Mara y sus captores llegaron al cuartel general de las Fuerzas de Seguridad de la Compañía Federal en Garre-2. Oh, vaya, otra de las exquisiteces arquitectónicas de este puto planetoide... El edificio, rodeado por una alambrada, era una caja gris de cinco pisos de altura y otras tantas minúsculas ventanas en la fachada. Sus paredes de duracreto estaban cubiertas de pintadas. Novas Blancas tachadas, monigotes gordos decapitados pero cuyas cabezas conservaban el sombrero de copa, montones de monedas apestando y con moscas alrededor. Encantador. Ah, y mira qué bonitas verjas. Posteriores a los dibujitos. Y electrificadas, claro. Una, dos, tres... sí, las cuatro esquinas cubiertas por cámaras de omnivisión. No ibas a tener suerte, tía, y que estuvieran jodidas, ¿verdad? Pues no, mira la lucecita. Aparcamiento para seis coches de patrulla. Ni de coña tienen pasta para mantener seis, ja. Y uno es un viejuno Frigen-K6 “Tortuga” con ¿cañón-manguera antidisturbios? ¿En este pedrusco? ¡Pfff! Lo querrán para pasearlo de vez en cuando. JoderMaratía, ríete todo lo que quieras... pero estás jodida. Los dos seguratas de la entrada parecerán orangutanes lobotomizados y tal, pero o juegas bien tus cartas y tienes una suerte increíble o de aquí no sales.

—Bonito lugar.

—Por dentro mejora mucho —le contestó el teniente, cogiéndole de un brazo y empujándola para que atravesara la entrada de la alambrada—. Por favor, pasa. No te hagas de rogar, bichito. Creo que te gustará tu nueva residencia.

Los tres agentes saludaron con indiferencia a los guardias de la entrada. Sombras de barba en las mejillas y paquete de cigarrillos a la vista. La respuesta informal estuvo a la altura de la desgana del teniente. La puerta se abrió. Un pasillo de menos de metro y medio separaba el hall en dos ambientes de cubículos delimitados con eficiencia. Los agentes circulaban por él en dos sentidos designados por la costumbre y lo hacían sin estorbarse. Los comunicadores no sonaban más de una vez antes de ser contestados. Veinte hombres y mujeres sacando adelante la burocratización mastodóntica de la Confederación con un organización acicalada como para pasar revista. Joder, mis ojos. Parece que no ahorran en vatios, los muy... ¡Vaya! ¿En serio el suelo brilla de limpio? ¿Me vas a decir que si miro no encontraré ni un maldito papel arrugado bajo una mesa cualquiera? Esto tiene que ser decoña.

—¡Camina, hostias! —le espetó Schmitt con un empujón—. Camina y no te preocupes: aquí no te vas a lastimar.

—¡No! —añadió Skids con una carcajada. El teniente mantenía su tranquila sonrisa—. ¡Aquí en este piso no!

Mara obedeció, pero sus ojos continuaron registrando detalles según la conducían. Empezó a reparar en pequeñas discrepancias. Motes y no rangos. Café rancio y sudor en el aire. Noticias gritadas en la dirección general del destinatario. Los mismos uniformes vestidos una y otra vez, obligados a la reutilización continua. Un orquestal sustituyendo al reciclador de aire. La pulcritud revelada al entrar era artificial. Con el entorno general de la colonia indistinguible de una pocilga, el paisaje interior de sus habitantes se convertía al poco tiempo en un calco del exterior.

—¿Sabes, bichito? —comentó el teniente mientras iba saludando con la cabeza a sus compañeros—. Hay cosas que sólo mejoran una vez te empeñas en encontrar sus virtudes. Por aquí decimos, ¿sabes?, que las virtudes de Garre-2 cogieron la puerta y, esto te va encantar, se fueron cagando leches en cuanto vieron lo que les había tocado.

—Desde luego os habéis esmerado en lograr que la mierda se sienta como en casa.

La observación se ganó una carcajada de apreciación del oficial, inmediatamente coreada por Schmitt y Skids. Os ha sonado tan falsa, hijoputas, que un puto robot de quinta clase lo habría hecho mejor. Los pasos les adentraron en el corazón del cuartel. Doblaron una esquina, alejándose del hall.

—Nos vamos a divertir mucho contigo, bichito, sí. Sólo espero que colabores y no nos agües la fiesta demasiado pronto, ¿eh?

—Ardo en deseos, machote —de clavarte un tenedor en el ojo, putogilipollas. Tú aguanta, Mara, y no le sigas el juego—. Claro que lo mismo, para que la diversión sea completa, tienes que ir a que te busquen un diccionario —joder, tía, ¿pero qué coño dices? ¡Mierda...!

El bofetón fue quirúrgico, uno de esos golpes calculados para minimizar el daño y maximizar la humillación. El teniente de primera categoría —clase d— Andrej Riva demostró que tenía cientos de horas de práctica en tratar con prisioneros.