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Un segundo vistazo a "Calles de Chatarra"
19 Febrero 2013
1. Una resaca de cojones
SOSTENÍA UN ARMA DE FUEGO. NO sabía si le pertenecía o no, pero estaba disparándola. Apuntaba la pistola por delante de su cuerpo y manteniendo el gatillo apretado. El cargador no se agotaba por mucho que disparara. Recibía tiros en su dirección y se parapetaba detrás de un coche. No veía ni quién disparaba ni desde dónde, así que tiraba a ciegas, con la esperanza de que le sirviera como fuego de cobertura hasta que averiguase el lugar al que tenía que apuntar para dar en el blanco.
Las balas sonaron a lata cuando impactaron contra la chapa del automóvil. Apenas se tomaron un descanso para recargar. La siguiente tanda de disparos continuó acribillando su parapeto. Sin embargo, un largo quejido y después el sonido de un cuerpo golpeando el piso, interrumpieron el monótono ritmo. Un hombre muerto a su lado al que conocía.
No había sucedido de aquella manera, aunque era como Irina lo recordaba en sus sueños.
Irina
Un teléfono sonaba, retumbando en la mesilla de noche. Su pantalla encendida indicaba «comisaría» y una melodía machacona desplegaba su panoplia de bajos y percusión acelerados, que se repetían una y otra vez hasta la saciedad. El sonido que venía por defecto y que Irina no se había molestado en cambiar, por mucho que lo aborreciese. En aquellos momentos lo odiaba sobre todas las cosas de la Tierra, lo odiaba de la hostia.
La detective Gryzina apenas consiguió abrir los ojos y exclamar un «joder» afónico y aguardentoso, aunque no fue aquello lo que había bebido la última noche. Miró la hora. Aún debían de quedarle seis horas de sueño, o de sedación producida por los efectos del licor de hada. El hecho de ser despertada antes de lo previsto le iba a causar la peor resaca de su vida, una resaca de cojones.
Para cuando consiguió rodar desde la cama y coger el teléfono, este iniciaba una ronda nueva en su sintonía.
—Ya podéis tener una buena excusa para que me molestéis en mi puto día libre —gruñó tras descolgar.
—Irina, ¿una noche dura? —replicó una voz conocida al otro lado del hilo.
—La resaca sí que está siendo dura —expresó palpándose las sienes y la nuca, donde un taladro pugnaba por abrirse paso hacia su cerebro mientras le introducían millones de microscópicas agujas en los oídos, bajo la lengua y en los ojos. Eso no sería lo peor, el infierno en vida vendría después: convulsiones, sudoración excesiva, alucinaciones, taquicardia, mareos, náuseas, hipotermia…—. ¿Qué cojones quiere, capitán?
—Te necesito en una escena del crimen, ya.
—No me joda, jefe. Hoy no, de verdad. Estoy hecha una mierda.
—En media hora en la esquina este de Florent Campus con la Ronda de Torquatus. Sin excusas —cortó la comunicación sin despedirse.
Irina ya tenía dispuesto un nuevo «joder» en la boca para protestar, pero entonces sus quejas fueron diferentes. Un espasmo muscular que le subió por las pantorrillas, le agitó los muslos, los glúteos, el abdomen y el pecho, la tiró de la cama. Quedó boca abajo en el piso de su habitación. La arcada llegó después, sin avisar, casi sin tiempo para que abriera la boca. El vómito fue absorbido por la alfombra. Se recordó comprar una nueva, porque aquella iba a ir directa a la basura. Otra contracción del diafragma la postró de nuevo, aunque esta vez no expulsó nada. El olor resultaba insoportable y quería que le arrancaran el estómago y la cabeza de cuajo.
Vaya, así que aquello era la resaca del licor de hada. Interesante.
Ayer
Un bar con la música de los altavoces tan alta que para entenderse los parroquianos debían hablarse al oído. No se encontraba demasiado concurrido y parecía poblado de una suerte de clientes habituales y unos pocos esporádicos. Entre los fieles, una mujer de pelo corto oscuro que peinaba con fijador y raya a un lado y vestía pantalones cargo marrones, botas paramilitares y camiseta negra de tirantes anchos. No destacaba por su estatura, aunque tampoco resultaba baja, complexión media, espalda, hombros y brazos anchos y fuertes de la época en la que era una estrella de la natación en el instituto. Estaba amodorrada junto a la barra. La rodeaba una legión de vasos de chupito vacíos y, aunque sus dedos mantenían un estrecho cerco sobre el último, parecía incapaz de llevárselo a la boca y su contenido casi se había derramado por completo.
—¡Jota, Jota! —dijo elevando una mano por encima de la barra para llamar la atención al dueño.
El camarero se acercó y retiró los vasos que se amontonaban alrededor de Irina.
—Parece que esta noche ya vas bastante cargada —afirmó con un tono profesional.
—No, todavía no. No es suficiente. —Mantenía los ojos cerrados y no despegó la cabeza de la barra. Sus labios rozaban el alcohol que había tirado sobre la madera desgastada.
—Yo creo que ya has bebido suficiente y estoy a punto de no servirte más —anunció con determinación.
El rostro de Irina emergió para enfrentarse con la mirada de Jota.
—Una más, por favor, por favor, por favor.
—Está bien, pero solo una, ¿de acuerdo? —accedió él, con un dedo extendido, aunque era consciente de que Irina no lo veía.
—Gracias. Vale, mañana es mi día libre. No tengo que trabajar. Ponme una de licor de hada —pidió Irina, mientras las sílabas caminaban con lentitud por su boca y sus labios, trabándose y pugnando por salir.
—¿Estás segura de que quieres un trago de eso? —preguntó el barman.
—Completamente. Soy una mujer adulta y sé lo que quiero. Ponme una de licor de hada —insistió.
—Eres adulta y sabes lo que quieres —repitió Jota con retintín, y se movió hacia el final de la barra. Ella siguió sus movimientos con los ojos entornados.
El dueño fue hasta un panel debajo de un grifo de cerveza, miró a su alrededor para comprobar que nadie más lo estaba observando y desplazó el plafón. En el interior había una caja fuerte. Pulsó en el teclado los números del código de apertura y tras un chasquido metálico se abrió. Dentro había documentación, dinero en efectivo y un bulto envuelto por una gamuza. Sin sacarlo de la caja de seguridad, desenvolvió el trapo y dejó al descubierto una botella de vidrio opaco, que había estado sellada con cera. Quitó el tapón de corcho, siempre en el interior de la caja y sirvió dos dedos de un licor oscuro y viscoso en un vaso. Depositó el vaso con mucho cuidado, luego tapó la botella, la protegió con la tela y por último cerró la caja fuerte.
Mientras se dirigía hacia donde lo aguardaba Irina, vio que había dejado debajo de la barra un buen fajo de billetes. Aquella mierda no es que resultara barata, costaba un ojo de la cara y el riñón izquierdo. O sea, más de la mitad del sueldo mensual de ella.
Cuando la mujer se iba a echar al coleto el alcohol, el barman le llamó la atención:
—Eh, no tan rápido, rusita. Antes tienes que cumplir con el protocolo —la reprendió. Al segundo le tendía una servilleta de papel y un bolígrafo.
Irina escribió: «Yo, Irina Gryzina, mayor de edad, en plena potestad de mis facultades mentales, borracha, declino cualquier responsabilidad por parte del propietario de este establecimiento. La dirección de mi casa es…».
Tras firmarlo se lo pasó a Jota y acto seguido volcó el vaso en su garganta. Al principio resultaba suave y ligeramente dulce. No fue hasta que le alcanzó el estómago cuando el licor de hada comenzó a obrar sus efectos. Si Irina hubiera visto la botella, habría leído: «Procedente de destilado de la sangre de no menos de cuarenta hadas». Por supuesto era ilegal, tanto su venta como su posesión, por no decir conseguir una botella, por las que se pagaban verdaderas fortunas. Y no resultaba políticamente correcta una bebida que anunciaba la muerte de unos seres tan adorables para su fabricación. No en una sociedad en la que se proclamaba el respeto institucional por quienes no eran humanos.
La explosión comenzó a subir por su esófago. Necesitó abrir la boca para coger aire; tenía la cara congestionada y roja, los capilares de los ojos parecían a punto de estallar y en sus brazos las venas querían salir de su prisión de carne. Jadeó. La bestia parda de las bebidas espirituosas de los inhumanos comenzaba a extenderse por su organismo, al igual que un virus.
Puso los ojos en blanco, comenzó a temblar presa de múltiples calambres y cayó cuan larga era sobre la tarima de madera del Duende Verde.
Jota se encargaría de que la llevaran a casa.
Hoy
Las luces rotatorias azules y rojas de los coches patrulla iluminaban el lugar. Los policías uniformados cuidaban de que el público congregado no se acercara para enterarse de lo ocurrido.
Irina pasó sin dificultad la cinta de vinilo con un: NO PASAR, POLICÍA. No en vano la placa de detective que le colgaba del cuello abría muchas puertas. Intentó localizar a un azul que conociera de la comisaría veintiuno. En cuanto la vieron, asintieron y le indicaron que se acercara. Por el camino, otros uniformados iban y venían, ayudantes del forense tomaban fotos de la escena del crimen. El destello del potente flash la deslumbró, recordándole el mareo continuo que arrastraba desde que la despertaron. La sensación de náusea aumentó, e incluso su diafragma hizo un pequeño viaje en dirección hacia su pecho. Pero ahí se quedó y no tuvo más arcadas.
Volvió a retomar su paso seguro, el golpeteo de las botas levantó ecos que se amplificaron por el estrecho callejón. El recoveco comunicaba dos calles mediante unas toscas escaleras de obra entre dos edificios. Había un ligero desnivel que se transformaba en una cuesta en su final. Allí yacía el cadáver.
—Detective Gryzina —dijo el forense levantando la vista de su trabajo. Cercano a los cincuenta, pelo encanecido, gafas de pasta negra y cara amable. Llevaba puestos unos guantes de látex y pisaba con cuidado alrededor de donde se encontraba agachado.
—Doctor Blanco —saludó a su vez Irina—. ¿Qué tenemos aquí?
—Ninfa marina, en los veinte. Por la lividez diría que lleva muerta unas doce horas. La muerte se produjo por ahogamiento, entre las tres y las cinco de la madrugada de ayer —anunció solemne y en un tono profesional.
—¿Qué haría una ninfa acuática tan lejos de su medio? —se preguntó en alto Irina sin ser consciente de que los demás la escuchaban.
—No lo sé. Pero a veces se nos olvida que la Repoblación trajo muchos emigrantes inhumanos al interior. Probablemente llegó siguiendo los ríos y viviría en un humedal cercano.
—Sí, también se dice que enloquecen en las polis, así que no entiendo qué hace en Semura —repuso mientras caminaba despacio alrededor del ser de tez morena y largo cabello azabache. Sus formas eran esbeltas, extremidades delgadas y bien formadas, pechos de pequeño tamaño, pero enhiestos, además de facciones simétricas y bellas. Observó la característica membrana interdigital en manos y pies.
»¿Algo más? —agregó la detective.
—Por el momento no. En cuanto la examine a fondo, podremos saber más.
—Llámeme en cuanto tenga resultados, doc —pidió la policía.
—Por supuesto, cuenta con ello.
Se despidió del forense y de los oficiales uniformados de la escena del crimen. Caminó con su habitual decisión en dirección al lugar donde había aparcado su coche, junto al antiguo estadio, derruido hacía tiempo. En cuanto dobló dos calles, desaparecieron los patrulleros y los rotativos bicolores de sus vehículos. Una fuerte arcada se apoderó de ella y se inclinó contra una esquina. El sonido fue brutal, como si una hueste de gases atrapados en su cuerpo desde tiempos inmemoriales lograra escapar de aquella prisión a la vez. En realidad, solo expulsó una bilis amarillenta y amarga, cuyo sabor en la boca le provocó de nuevo el vómito, más violento que el anterior, que la obligó a arrodillarse sobre el gris de los adoquines rayados.
Sudaba, demasiado incluso. Estaba deshidratada y necesitaba recuperar líquidos y nutrientes.
Se tranquilizó pensando que aún no había comenzado lo peor: la taquicardia, los escalofríos, la fiebre y la diarrea. Limpió los restos de porquería de la comisura de los labios con la manga de su chaqueta. Debía de tener un aspecto asqueroso. Iba a recordar aquel día y al cabrón del capitán por haberla despertado el resto de su vida.
14 comentarios
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Juan de Dios Garduño
Autor/a
Buenas, Jose. Vamos a intentar que también nos llegue para un cuento infantil titulado "El hacedor de agua", de David Navarro y Aitor Gálvez. ¡Gracias!
José
Cuando decis que "Con esta cantidad, además, también pretendemos financiar proyectos de otros autores" no deberiais de ser un poco más concretos, nombre de los autores, libros, generos, etc... Queda todo un poco en la incertidumbre
Juan de Dios Garduño
Autor/a
Buenas, Juliaol_
El mercado del libro electrónico en España es ínfimo. En Estados Unidos sí que puede decirse que hay mercado, aquí, por desgracia, aún no. Por lo que aún no hay tendencia al libro electrónico en nuestro país. Aquí te dejo un artículo de El País (http://cultura.elpais.com/cultura/2012/07/12/actualidad/1342105230_126546.html). También somos unos enamorados del libro en papel. De todos modos, para que todo el mundo esté contento, sacamos las dos versiones: papel y electrónica.
juliaol
A mi me genera una duda el proyecto que he escuchado ya a varias personas a las que he invitado a colaborar y es , ¿por qué editar un libro en papel cuando es mucho más barato en ebook y la tendencia es al libro digital? Gracias
Juan de Dios Garduño
Autor/a
Constará de 500 ejemplares, y sí, si sobran se distribuirán en tiendas. Aunque esperemos que vaya tan bien el crowdfunding que tengamos que hacer otra tirada para mandar a las tiendas.
Susana Alonso Segura
¿Haréis un tiraje de libros para cubrir los que nos habéis prometido a los que hemos aportado, o sobrarán para distribuir por las tiendas? ¿De cuanto será ésta primera edición?
Juan de Dios Garduño
Autor/a
En primer lugar muchas gracias por tu apoyo al proyecto. Y en segundo decirte que lo conseguiremos seguro, no te preocupes :D
Susana Alonso Segura
Veo que vais genial con el proyecto. Yo os acabo de conocer y ya he aportado 16€... Me ha encantado el argumento. ¿Si por lo que fuese no llegaseis al objetivo por 500€, los aportaríais vosotros o dejaríamos de disfrutar de ésta obra maestra?
Juan de Dios Garduño
Autor/a
Estimado amigo, el sistema no permite hacer los pagos por paypal. De todos modos, si conseguimos el crowdfunding puedes ponerte en contacto con nosotros y encantados te mandaremos un ejemplar. Un abrazo y gracias.
lopez
Hola, como contribuir sin tener tarjeta de credito? No podeis incluir los pagares por via electronica? Y como haceis para mandar el libro fuera de España. Quiero contribuir con 25€. Un saludo